El oficio de los lustrabotas, una imagen tradicional de las calles alteñas, se apaga poco a poco. En la Ceja de El Alto, el característico sonido del cepillo y el brillo de los zapatos recién lustrados se escuchan cada vez menos. De los 68 afiliados que alguna vez conformaron el gremio, hoy apenas permanecen entre 22 y 30 trabajadores. “Antes ganábamos hasta 150 bolivianos al día, ahora apenas llegamos a 30”, cuenta don Alex Flores, dirigente del sector, quien recuerda que gracias a este trabajo logró comprarse una casa, aunque reconoce que ya no “rinde” como antes.
La caída del oficio se debe, en gran parte, al cambio de hábitos en la vestimenta de la población. El uso masivo de tenis reemplazó a los zapatos formales, reduciendo la demanda del lustrado. Los trabajadores explican que las mudanzas institucionales —como el traslado de oficinas públicas, juzgados y el teleférico— también alejaron a la clientela habitual. “Antes había más movimiento, ahora todo está más disperso”, lamentan los pocos que aún permanecen en las calles con su caja y su cepillo.
El economista Ramiro Pinto señala que detrás de esta transformación hay factores sociales y económicos profundos. La pandemia cambió la forma de vestir y trabajar, permitiendo una mayor informalidad y comodidad en el atuendo, lo que afectó directamente a los lustrabotas. Además, la amplia oferta de calzados deportivos ha desplazado el consumo de zapatos tradicionales. Pinto sugiere que el apoyo de las autoridades municipales y departamentales sería vital para mantener viva esta labor, símbolo del esfuerzo cotidiano y la historia urbana de El Alto.